sábado, 4 de marzo de 2017

Tshisekedi, el luchador de la democracia

Hace poco, falleció el que se podría llamar el héroe de la democracia en la República Democrática del Congo. Etienne Tshisekedi Wa Mulumba, el hombre que se atrevió con Mobutu hasta el final, el luchador incansable, el opositor de todos los regímenes hasta la muerte. Murió sin alcanzar ni la democracia ni el poder por el que tanto luchó como lo hiciera Mandela por ejemplo o, en menor medida, como Abdulay Wade de Senegal o Laurent Gbagbo de Costa de Marfil. Sin embrago, su nombre pasará a la historia como un hombre de convicciones firmes, intrépido ante el adversario aunque, a veces, tachado de radical.
Tshisekedi empezó con Mobutu y fue uno de los fundadores del partido único, MPR (Movimiento Popular de la Revolución). Fue su ministro durante un tiempo antes de iniciar una oposición encarnizada al mobutismo en los años 80. En aquella época, el partido único era la tónica general en la mayoría de los países africanos. Oponerse al dictador significaba la suprema traición a la nación, crimen que se podía castigar con la muerte. De hecho, se cuenta que el servicio secreto de Mobutu le habría llevado a la localidad de Monga en el norte del entonces Zaïre, y le habría marcado a fuego en la espalda los iniciales de MPR recordándole así que nadie escapa del partido-estado.
Sin embargo, no se desanimó. Siguió desafiando al temible Mobutu forjando poco a poco su personalidad y su partido UDPS que acabará siendo una verdadera máquina opositora al régimen. Ni la brutalidad de las fuerzas de seguridad de los dictadores sucesivos, ni las intimidaciones, ni los sobornos a sus colaboradores acabaron con el partido dirigido por la mano firme del llamado “esfinge de Limete”.

En los años 90, llegó a África la corriente de la democracia multipartidista. Muchos dictadores aceptaron por presiones internacionales la existencia oficial de los partidos de la oposición. En el Zaïre optaron organizar la Conferencia Nacional Soberana. Era como un proceso constituyente para iniciar la democracia de manera consensuada. Tshisekedi apareció como el hombre de la situación. El entonces obispo de Kisangani, Mons. Monsengwo, actual cardenal arzobispo de Kinshasa, dirigió la Conferencia. Allí decidieron nombrar al opositor, primer ministro, pero el proceso fue frustrado por Mobutu quien temía su caída si dejaba parte de su poder en manos de este hombre que temía solo al cielo por encima de él. Durante un tiempo, el Zaïre vivirá bajo dos gobiernos paralelos, uno de Tshisekedi salido de la Conferencia y otro de Mobutu.
La caída de Mobutu en 1997 y la entrada de Kabila en el poder no supusieron ningún cambio en cuanto a la democracia. Tshisekedi que esperaba una mano tendida del nuevo inquilino de la presidencia, se desencantó. Siguió con su oposición. A Kabila padre sucedió Kabila hijo. Todo continuó igual. Tan es así que a Tshisekedi se le puso el apodo del ‘eterno opositor’.
En el año 2011, después de las elecciones, se autoproclamó presidente electo frente a Kabila que tachó de impostor y usurpador del poder. Desde entonces, se sumergió en el silencio dando miedo solamente con su sombra. Algunos de los suyos le abandonaron atraídos por el pan del poder y el dinero ofrecido por el campo adverso.
La muerte de Tshisekedi supone un antes y un después en el universo político congoleño caracterizado por la corrupción y el oportunismo. Muere además en un momento crucial para el desenlace de una crisis institucional surgida de la no organización de las elecciones según la Constitución. Tshisekedi era el pilar de la mediación llevada a cabo por los obispos entre el poder y la oposición. Cabe recordar que el 19 de diciembre de 2016, caducó el mandato del presidente Kabila y si no hubiera existido la intervención providencial de la Conferencia Episcopal, estaríamos hablando ahora de un caos sin precedentes. Su muerte puede suponer un golpe fatal al proceso.

¿Qué pasará?

Después de la su muerte, podemos imaginar cuatro escenarios:
Uno: Que su muerte suponga un volver atrás desde el punto de partida de las negociaciones. De hecho, ya la mayoría presidencial está diciendo entre líneas que el acuerdo del 31 de diciembre ha de ser retocado. En este acuerdo, se estipulaba que Tshisekedi por su categoría de anciano sabio político tenía que presidir el comité del seguimiento del acuerdo. Si todo vuelve atrás, el radicalismo de unos y otros puede empujar a la CENCO a retirarse del proceso de mediación. En este caso, el pueblo saldría a la calle y el caos se instalaría.

Dos: Que UDPS sea incapaz de encontrar un consenso sobre un sustituto y que la oposición se desagregue frente a la mayoría presidencial fuerte. En este caso, es probable que los partidarios de Kabila fuercen un referéndum sobre el cambio de la Constitución con el fin de quitar la limitación de los mandatos y dejar así vía libre a Kabila en las próximas elecciones. También en este caso, no se puede descartar las protestas masivas y desordenadas del pueblo seguidas de la represión sangrienta de parte del poder.
Tres: Que la oposición encuentre un nuevo leader sólido que aglutine las esperanzas de cambio. Se perfila en este puesto Moïse Katumbi, forzado a exiliarse y condenado en ausencia a tres años de cárcel. Este escenario sería posible si la oposición y la CENCO consiguen convencer al gobierno a otorgarle una gracia especial en el marco de la descrispación política. El problema es que el gobierno teme justamente que dejándole libre, Katumbi podría fácilmente aglutinar la oposición y ganar las elecciones.
Cuatro: Que gane la cordura. En este caso, la muerte de Tshisekedi aparecería como un elemento catalizador para el entendimiento y la paz entre los diferentes actores políticos. Este escenario, muy deseable, es sin embargo poco probable viendo el historial de la clase política congoleña.
Esperando el desenlace de todo, sigue en el aire la cuestión del millón: ¿Habrá elecciones presidenciales en el 2017? El futuro próximo nos dirá.

Gaetan Kabasha.