sábado, 10 de junio de 2017

El imán en los brazos del obispo.

Hace unos días, un periódico madrileño me llamó para ver si era capaz de encontrar a un periodista freelance en Bangassou. Habían oído cosas que parecían contradictorias, noticias que mezclaban cosas horribles y gestos hermosísimos. En concreto habían oído que un obispo había recogido en sus brazos a un imán de la mezquita de su ciudad después de que éste hubiera sido matado a tiros por milicianos. El periódico quería una foto. Desgraciadamente, en Bangassou, hay historias que contar pero no hay periodistas, ni ordinarios ni freelance.
La escena de la que nunca se tomó la foto ocurrió el 13 de mayo. Aquella mañana, Bangassou se despertó con un sinfín de tiros por todas partes. Los jóvenes de diferentes localidades del entorno se habían juntado a los antibalaka venidos de localidades más lejanas para atacar la ciudad. Empezaron por la base de los cascos azules marroquíes para  desviar la atención y impedirles que pudieran intervenir. Pero realmente, el objetivo principal era entrar a saco en el barrio de los musulmanes. Su plan funcionó como planeado: mataron a todos los musulmanes que encontraron por el camino, encendieron su barrio, sus tiendas, sus pertenencias. Los musulmanes que consiguieron escapar, se refugiaron en la mezquita de Tokoyo agarrándose a la oración y confiando en Allah. Allí empieza entonces la historia del obispo y del imán.
Durante toda la mañana, los disparos no cesaron. Los antibalaka disparaban y los cascos azules respondían. Nadie sabía quién luchaba contra quién ya que en Bangassou no había anteriormente ningún grupo armado. De hecho, el mundo entero sabía que era uno de los pocos lugares de la República Centroafricana dónde se había conseguido una cohesión social por el diálogo entre todas las creencias capitaneado por la Iglesia Católica. Los musulmanes y los no musulmanes vivían en cierta armonía. Aquella mañana, el miedo se apoderó de los habitantes.

Hacia mediodía, el obispo se enteró de que centenares de musulmanes se encontraban hacinados en la mezquita, rodeados por centenares de milicianos armados. Todo estaba listo para una matanza, lejos de la prensa. Ni los cascos azules aterrorizados sabían que la masacre del siglo se preparaba a unos metros de dónde se encontraban defendiéndose también ellos del ataque. Fue entonces cuando el obispo, sin pensarlo dos veces, movido solamente por la fuerza del Espíritu Santo, salió de su casa, cruzó la ciudad en medio de las balas y se fue a la mezquita. Lo que encontró fue un horror: cuerpos despiezados por aquí, sangre derramada por allá. El entorno de la mezquita estaba plagado de cadáveres. Pero, el obispo siguió y llegó a la entrada de la mezquita. Se identificó.
Los musulmanes atemorizados oyeron la voz del pastor católico y se sintieron aliviados dentro del horror. El imán salió. El obispo, mirando a su alrededor, hablaba a los milicianos enfurecidos y hacía gestos inconfundibles con las manos: "no tiren, no tiren, soy yo, soy yo, el obispo". En aquel momento, una bala cruzó el corazón el imán. Podía haber cruzado el corazón del obispo pero, por alguna razón, no fue así. El imán se desplomó. El obispo se agachó para recogerlo y reanimarlo pero no había nada que hacer. Quedaba la osadía de coger el cuerpo en las manos y llevarlo al hospital, pasando por los lugares inseguros, en medio de las balas.Todo esto ocurrió sin que nadie pudiera tomar la foto. Ningún periodista está en este lugar abandonado.
Más tarde, consiguió negociar una tregua y llevarse a más de 2000 musulmanes al obispado dónde los podía proteger un poquito mejor.
Juan José Aguirre, es obispo de Bangassou desde 1999. Comboniano de Córdoba (España), llegó a la República Centroafricana nada más ordenarse de sacerdote con 26 años. Desde entonces, el país se ha convertido en su país. Ya ha vivido unas cuantas guerras pero esta, dice, es muy especial.
                                                                                                     Gaetan

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